La mujer de su mejor amigo

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(actualizado a fecha: Aug 13, 2024 16:14:16 UTC – Descripción)

EL CENTRO DE SALUD DE RIVERTON era uno de los lugares del mundo que menos le gustaban a Annie Finnegan Larsen. Un mundo que, ciertamente, era pequeño y familiar y estaba lleno de gente y lugares que ella amaba. Pero este lugar era la excepción. Aquí pasaban cosas malas. El único lugar que le disgustaba más que éste era el cementerio.

«Necesitaré ver su tarjeta del seguro». La enfermera de triaje aún no había apartado la vista de su teclado.

Manteniendo la compostura, Annie sacó la tarjeta de la cartera y la pasó por el mostrador. ¿Qué probabilidades había de que llegara a la clínica de un pueblo donde conocía a todo el mundo y se encontrara con una enfermera a la que nunca había visto? Cualquiera que la conociera a ella y a sus circunstancias se apresuraría a ofrecerle consuelo y apoyo, pero no esta joven. Estaba absorta en la pantalla del ordenador.

«¿Todavía vives en River Road?», preguntó.

Annie respiró hondo. «En la Granja Finnegan, sí. Nunca he vivido en otro sitio. Estoy aquí con mi hijo», dijo. «Se cayó de un caballo esta mañana. Podría tener huesos rotos, una lesión en la cabeza. Necesita ver a un médico. ¿Podríamos ocuparnos del papeleo más tarde?». Le hubiera gustado ser enérgica, o al menos impaciente. En lugar de eso, fue educada. Demasiado educada para su propio bien.

Sin embargo, algo en el sonido de su voz debió de captar la atención de la mujer, porque finalmente estableció contacto visual y miró al hijo de siete años de Annie a través de la pantalla de su ordenador. Luego dirigió la mirada hacia Annie, con las cejas arqueadas y los ojos llenos de juicio.

«Mamá, ¿dónde está la tía CJ?» preguntó Isaac, escabulléndose del brazo protector que ella tenía alrededor de sus hombros.

«Está aparcando el camión, cariño. Quédate quieta, ¿vale? El médico va a verte enseguida».

Además, CJ era más un problema que una solución. Annie había dejado que su hermana la convenciera de que Isaac estaba listo para el rodeo junior, y claramente no lo estaba. «No quiero ver al médico. Quiero que la tía CJ nos lleve a casa».

«Estoy aquí, chaval. ¿Cómo lo llevas?» CJ, todavía vestido con el hábito de montar, menos el casco, atravesó las puertas de doble cristal.
«Estamos haciendo papeleo». Annie se enorgullecía de mantener siempre la calma y controlar sus emociones, fueran cuales fueran las circunstancias. ¿Por qué no podía ser más asertiva, más exigente? Si tuviera esas habilidades, quizá no le habría fallado a su marido. Eric seguiría vivo e Isaac tendría un padre. Había intentado convencer a Eric de que tenía que ir al médico, para saber por qué le dolía tanto. Debería haber insistido. No, haberle exigido. En lugar de eso, había dado un paso atrás y le había dejado hacer lo típico de los hombres: aguantar el dolor.

CJ le pasó un brazo por el hombro a Annie y la condujo a ella y a Isaac a la hilera de sillas de cuero sintético negro que se alineaban en las dos paredes de la pequeña sala de espera. «Siéntate. Yo me encargo. Isaac estará con el médico antes de que te des cuenta».

«Ya debería estar dentro. Podría estar…»

«Annie, lo tengo. Siéntate, relájate. Vale, sé que no te vas a relajar, pero al menos intenta tranquilizarte un par de minutos. Isaac está bien. Míralo. Está bien».

Annie se sentó y guió a su hijo hasta el asiento de al lado, resistiendo el impulso de subirlo a su regazo. El sentido común le decía que estaba bien, que caminaba, hablaba e insistía en que quería seguir con su clase de equitación, pero ¿y si no era así? Era su hijo, su único hijo, y era tan pequeño y tan especial que no tenía padre.

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