Amistad en llamas (Bianca)

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(actualizado a fecha: Sep 10, 2024 06:16:13 UTC – Descripción)

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Noah…

Noah empujó su mano en su espeso cabello y miró hacia abajo en esos

increíbles ojos, del tinte exacto de una luna nueva en el océano Antártico. Su piel desprendía un aroma sexy, pero dulce, y su boca ancha prometía un beso oscuro y delicioso. Su estúpido corazón intentaba salirse de su pecho para descansar en la mano de ella.

Jules apretó los pechos contra el suyo e inclinó las caderas para que su vientre rozara su erección…

Era Jules, su mejor amiga.

El pensamiento, el tiempo, los sonidos estridentes de la fiesta de Año Nuevo retrocedieron y Jules era todo lo que importaba. Jules con sus pezones apretados y sus caderas inclinadas y sus ojos azul plateado rogándole que la besara.
Lo haría rápido. Sólo un sorbo rápido, un sabor rápido. No iría más lejos. No podría. Lo deseaba desesperadamente, pero había razones por las que no tenía derecho a poner su mano en su espectacular culo, a empujar su pecho contra sus pequeños pero perfectos pechos.
Un beso, eso era todo lo que él podía tener, tomar.

Noah rozó sus labios con los de ella y cayó, perdido en su sabor, en su aroma. Por primera vez en meses, su pena se disipó, su confusión se aclaró. Cuando la lengua de ella se deslizó entre sus dientes, sus responsabilidades se desvanecieron y las decisiones que se había visto obligado a tomar no importaron.
Jules estaba en sus brazos y ella lo besaba y el mundo de repente tenía sentido…

Estaba a punto de acariciar sus hermosos pechos, de hacer que ella rodeara sus caderas con las piernas para mecerse contra su cuerpo, cuando unas manos lo agarraron por los hombros y le tiraron del pelo.

Sorprendido, se tambaleó hacia atrás, cayó sobre su coxis y vio a Morgan y a su padre mirándolo, muertos de risa. Sus ojos rebotaron hacia Jules y las lágrimas salpicaron su rostro.

«¡Bastardo!» Gritó Morgan.

«Ese es mi chico», arrulló Ethan. «Con sangre o sin ella, eres mi hijo». ¿Y Jules? Bueno, Jules sólo lloró.

Otra noche, el mismo sueño recurrente. Noah Lockwood apartó de un puñetazo el edredón y las sábanas, incapaz de soportar el tejido constrictivo contra su piel acalorada. Con un antebrazo sobre las rodillas dobladas, Noah se pasó una mano por la nuca. Maldiciendo, buscó a tientas el vaso de agua de la mesilla de noche, haciendo una mueca al ver la huella que su sudor había dejado en el edredón negro.

Noah apartó las piernas de la cama, buscó unos calzoncillos en una silla cercana y se los puso. Miró al otro lado de la cama y vio a Jenna -una amiga con la que se reunía ocasionalmente cuando estaba en esta ciudad-, que se acercó a la mesilla y encendió la luz de la mesilla. Comprobó su reloj antes de echar las sábanas hacia atrás, murmuró una rápida maldición y, desnuda, empezó a recoger su ropa.

«¿Quieres hablar de ello?», preguntó.

Por supuesto que no. Rara vez se sinceraba con sus hermanos o sus amigos más íntimos, así que no había ninguna posibilidad de que hablara de su sueño con una compañera de cama poco frecuente. Sin una larga explicación, Jenna no lo entendería, y como Noah no daba explicaciones, eso nunca ocurriría. Además, hablar significaba examinar y afrontar sus miedos, enfrentarse a la culpa y diseccionar su pasado. Eso sería divertido… de la misma manera que una descarga eléctrica en su trasero sería agradable.

Intentó, en la medida de lo posible, no pensar en el pasado…

Noah se acercó a las puertas francesas que daban al balcón. Las abrió de un empujón y aspiró el aire salobre de la fresca noche de finales de otoño. A través de los árboles que bordeaban los laterales y la parte trasera del complejo se vislumbraba el amanecer.

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