El asunto ilícito de los jeques (Bianca)
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(actualizado a fecha: Sep 26, 2024 20:33:25 UTC – Descripción)
Los niños corrieron hacia Megan, apretando por turnos su delgada cintura entre sus pequeños brazos. Una procesión de «¡Adiós, señorita Megan!» los siguió fuera del estudio mientras terminaban de abrazarse, se saludaban a sí mismos en el espejo y saltaban por la puerta para encontrar a sus padres que los esperaban.
Megan respiró hondo y observó el suelo del estudio. De un extremo a otro del largo y estrecho espacio se extendían los tablones de madera, desgastados y lisos por el tiempo y el uso, decorados con trozos de cinta adhesiva de colores para marcar los lugares y círculos brillantes para que los niños se pusieran de pie y no se golpearan accidentalmente al hacer sus turnos.
En la larga fila de espejos, separados por la barra, vio la mesa donde sus alumnos dejaban las bolsas durante la clase. Hoy, la mesa estaba vacía, aparte de un conejito verde menta, solitario y desplomado en un rincón.
Megan se apresuró -moviéndose más rápido con las puntas de sus zapatillas de punta que con los pies planos-, cogió el conejito y salió corriendo por la puerta del estudio.
«¡Emily!», llamó, buscando entre la jauría de madres, padres, niños de siete años con leotardos rosas y hermanos que se vieron obligados a acompañarla en la recogida.
La madre de Emily levantó la cabeza al oír la voz de Megan y su rostro se llenó de alivio. Saludó con la mano y se dirigió hacia la puerta, acompañada de Emily, a la que se le habían saltado las lágrimas.
Megan se arrodilló y secó las lágrimas de Emily. «Está bien, cariño. Bun Bun está aquí». Le tendió el conejito a Emily, que lo cogió y lo aplastó contra su pecho.
«Muchas gracias», dijo la madre de Emily. «No habríamos pasado la noche sin él».
Megan sonrió mientras volvían a meterse en la refriega, donde los estudiantes luchaban entre sí por atarse las zapatillas y empujar hacia la salida. Observó durante varios minutos cómo los padres cogían de la mano a los niños pequeños que se retorcían y les pedían que se dieran prisa.
No era la primera vez que deseaba tener una sala de espera más grande. Doce sillas y dos mesas se agolpaban en ella, y los días en que Megan daba clases para niños grandes, la sala estaba siempre abarrotada de familiares esperando. Pero el espacio en Nueva York era escaso y ella había querido dedicar la mayor parte posible al estudio. No había sido una decisión equivocada, aunque las familias estuvieran más apretadas.
Saludó a la última alumna, Mollie, que se agarraba con fuerza a la mano de su padre, con su pequeño moño cayéndole de su sitio en la cabeza, y luego volvió a su estudio, disfrutando de la repentina tranquilidad.
La música favorita de Megan para refrescarse era una colección de canciones de jazz conmovedoras, lentas y rítmicas, fáciles de seguir. Le dio al play en el equipo de música y empezó su rutina. En largos deslizamientos y lentos giros, obligó a sus músculos a estirarse y tirar, sintiendo cómo cada uno se alargaba y luego se acortaba, moviendo sus extremidades con gracia por el espacio.
ASIN : B0DHQ1TST8
Idioma : Español
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Word Wise : No activado
Longitud de impresión : 230 páginas