NADA QUE TEMER

 

La muerte es para mí el único aspecto espantoso que define la vida. A menos que uno no esté completamente consciente de ella no se puede llegar a comprender en qué consiste la vida, a menos que se sepa y se sienta que los días de vino y rosa son limitados, que el vino se agriará y las rosas se marchitarán en su apestosa agua antes de que todo sea abandonado para siempre, no habrá contexto para que estos placeres y curiosidades nos acompañen en el camino a la tumba”.

(Julian Barnes)

 

Julian Barnes, Compactos de Anagrama, octubre 2011 (9,50€)

(Tradución de Jaime Zulaika)

( La edición  original en iglés es de 2008 y Anagrama lo publicó en 2010 en su colección Panorama de Narrativas)  

Yo misma me he sorprendido leyendo este libro de Julian Barnes que lo compré pensando que era una autobiografía que lo es pero no lo es, como se verá más abajo y que, en realidad, trata de la muerte, tema que no me preocupa como sí me preocuparía una enfermedad grave con mucho sufrimiento o no poder valerme por sí misma. Pero me ha gustado mucho y, si no sóis “melindrosas/os”, lo recomiendo.

El libro, escrito al filo de los 60 años de autor, arranca con esta frase que ya me atrapó:

« No creo en Dios, pero le echo de menos”. Es lo que digo cuando se aborda el asunto. Pregunté a mi hermano, que ha enseñado filosofía en Oxford, Ginebra y la Sorbona, qué le parecía esta declaración, sin revelarle que era mía. Contestó con una sola palabra: “Sensiblera”. 

Nada que temer mezcla autobiografía y novela, memoria y reflexión y un enfoque socarrón del tema de la muerte, la religión y las relaciones humanas en el restringido ámbito familiar: abuelos, padres y, sobre todo, el contrapunto racionalista de su hermano filósofo.

El  mismo nos dice: “Esto no es “mi autobiografía”. Tampoco es la “búsqueda de mis padres”. Sé que ser hijo de alguien implica una sensación de familiaridad asqueada y grandes zonas prohibidas de ignorancia: al menos a juzgar por mi familia. (…) Lo que estoy haciendo, en parte –y que puede parecer innecesario-, es intentar comprobar hasta qué punto están muertos. Mi padre murió en 1992, mi madre en 1997. Genéticamente, sobreviven en dos hijos, dos nietas y dos bisnietas: un orden demográfico casi indecente. Narrativamente, sobreviven en la memoria, en la que algunos confían más que otros.”

Para desarrollar su pensamiento acerca de la muerte y sus numerosas consecuencias incógnitas, Barnes nos remite, aun así, a su infancia, abuelos, a sus padres, y a su hermano filósofo Jonathan Barnes, a sus estudios, sus amigos, los escritores que le acompañan cada día en sus  lecturas (Jules Renard,  Goethe, Hegel, Stendhal, Zola, Emily Dickinson, Somerset Maugham…). Todos ellos compartieron el sentimiento de temor ante la desaparición del cuerpo y Barnes se apoya en ellos para ir desnudando sus sentimientos.

Barnes se declara ateo, como su familia. Pero vive rodeado de amigos religiosos en una sociedad en la que la religión ocupa un espacio. También él, así nos lo confiesa, cuando piensa en Dios, no piensa en Buda o en Mahoma, sino en Jesucristo, porque aunque no sea cristiano, ése es el Dios que domina en su cultura e, inevitablemente, es el que lleva en su cabeza, aunque no crea.

 Es tolerante en relación con la religión. Y no es que él no se muestre crítico, que se muestra, y mucho, con las religiones, pero no hace sangre de las contradicciones religiosas porque sabe que las religiones son necesarias para el hombre.

 Ni el comunismo más furibundo ha podido extirparlas porque están en la médula del hombre. Además, a Barnes, le gustaría creer, piensa que en los momentos en los que uno ve la muerte de cerca, la religión es muy consoladora y ofrece un salvoconducto para que el hoyo donde nos meten no sea la morada definitiva.

El tema de la muerte suele resultar recurrente a parir de una cierta edad, por eso la juventud vive como si fuera inmortal. Pero a los cuarenta años Barnes ya estaba preocupado pues hace una anotación en su diario que rescata para este libro:
«La gente dice de la muerte: “No hay nada que temer”.

Es un libro lúcido sobre la muerte y sobre la inmortalidad, un libro lleno de recuerdos personales y de erudición en torno a un tema tan peliagudo, solo apto para lectores tolerantes ala vez que críticos en el tema de las religiones.

 

Julian Patrick Barnes nació en Leicester, Inglaterra, el 19 de enero de 1946. Tras estudiar en el Instituto Ciudad de Londres y en la Universidad de Oxford (en Magdalen College), fue lexicógrafo para el diccionario Oxford. Ejerció luego de periodista, colaborando con medios como el New Stateman, el Sunday Times, The Observer y el New Yorker, ya fuera como articulista, columnista o crítico de televisión. Es autor de 11 novelas (casi todas traducidas por Anagrama), compendios de relatos, libros de ensayo e incluso libros de cocina. También es traductor, habiendo traducido del francés y del alemán a autores como Alphonse Daudet y Volker Kriegel. Se casó con su agente literaria, Pat Kavanagh, que falleció en octubre de 2008.

Ha sido galardonado con múltiples premios, entre los que destacan el premio E.M. Forster de la Academy Estadounidense de Artes y Letras, el William Shakespeare de la Fundación FvS de Hamburgo, el Médicis francés (fue el primer británico en obtenerlo, siendo además Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia) y fue nominado en tres ocasiones al Premio Booker hasta hacerse con el mismo en 2011 por su libro The sense of an ending,

Suele considerarse su obra como muestra de posmodernismo literario.

Fuentes:

http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2008/08/28/AR2008082802898.html

http://latormentaenunvaso.blogspot.com/2010/04/nada-que-temer-julian-barnes.html

http://www.julianbarnes.com/

http://www.lecturalia.com/autor/467/julian-barnes

 

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